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Fundiendo metales, haciendo espirales.

El taller de un artesano es mucho más que su lugar de trabajo. Es un espacio en el que logra materializar todo aquello que imagina. Allí crea y ensambla anhelos que convergen en cada una de las piezas de joyería que elabora. Él se funde con el metal y se hace espiral.


Santa Cruz de Mompox, Bolívar (Fotografía: Laura Cubides)

El Distrito de Santa Cruz de Mompox es un municipio del departamento de Bolívar, ubicado a orillas del Río Magdalena. En 1959 fue declarado como Monumento Nacional de la República de Colombia y en 1995, como Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), integrándose a la Red Turística de Pueblos Patrimonio de Colombia.



Usualmente, cuando se habla de Mompox el principal referente es el trabajo manual de la filigrana en oro y plata para la elaboración de artesanías, especialmente para artículos de bisutería. Esta técnica orfebre consiste en fabricar finos hilos de metales que al enrollarse y ensamblarse conforman piezas de joyería. Con la llegada de los españoles, unos cuantos esclavos y trabajadores que poblaron este territorio, se vieron en la obligación de aprender este oficio, poniendo su mano de obra al servicio de sus amos. Poco a poco, los habitantes de este asentamiento y otros pueblos aledaños, fueron adoptando la labor por convicción propia, motivo por el que aún después de la independencia, algunas personas adquirieron estas habilidades por herencia familiar o por medio de escuelas para su enseñanza.


En la actualidad, existen pocos artesanos que, siendo apenas unos niños, aprendieron a trabajar la filigrana a través de sus padres o abuelos. Este fue el caso de don Simón Villanueva, quien toda su vida se dedicó a la elaboración y comercialización de estas joyas. Aunque su capacidad visual se fue deteriorando con los años, sus manos entrenadas lograban leer a la perfección las diferentes texturas del metal y operar con destreza las herramientas de trabajo. Durante un tiempo residió en Bogotá, en la localidad de La Candelaria, para exhibir sus obras de arte. Hasta el día de su muerte, Don Simón trabajó en la casa en donde crecieron sus hijos, sobre la calle del “Estanco”, sector en donde se encuentran la mayoría de artesanos momposinos. Este espacio lo compartió con Luis, uno de sus nietos menores, quien decidió dedicarse por completo a este arte.


Los joyeros más jóvenes se formaron en talleres en los que contaban con las herramientas básicas para la fabricación del producto. Gran parte de sus maestros fueron empíricos, por lo que también conservan maneras de trabajar los metales tal cual como lo hacían sus ancestros. Esto quiere decir que, aunque ya no es una actividad que se reproduce por líneas de parentesco, contiene saberes colectivos del proceso de manufactura, que representan características históricas y culturales de la región. Un ejemplo de esta tendencia es Javier Salas, un artesano que vive a dos cuadras de la casa de don Simón y es pariente de Luis Martínez, uno de los joyeros más conocidos de Mompox. Al igual que muchos, aprendió a manipular las tecnologías requeridas para facilitar y perfeccionar este oficio. Se puso a la tarea de conocer el entorno productivo en el que podía posicionarse con el objetivo de fundar su propio taller en casa y contratar trabajadores para producir en mayor cantidad. Sin embargo, esto último no salió como esperaba.


Los empleados que alcanzó a tener le propiciaron inconvenientes con algunos de sus clientes debido a imperfectos en los productos, por lo que tomó la decisión de continuar solo y asumir las consecuencias. Aun así, el trabajo en el taller no era suficiente, pues se necesitaba de comerciantes que se encargaran de abrir mercado a sus confecciones, pero ocurrió que, las personas que se dedicaron a dicha labor, desconocían por completo el proceso artesanal de las joyas. Esto viene sucediendo a gran escala, desde hace varias décadas. Quienes mantienen un ritmo moderado de producción venden los accesorios en una modesta vitrina que colocan en el antejardín de sus viviendas o por encargo, al detal; quienes no, se convirtieron en proveedores de empresarios que tienen locales en el centro histórico de Mompox o que exportan las artesanías a otros municipios del país y ciudades del mundo.


Los artesanos han optado por trabajar con plata porque el oro les triplica los gastos, además de dificultar la transacción de las joyas en el mercado por su costo elevado. De todas formas, ya dentro de su taller, el artesano combina la plata con cobre para darle consistencia y firmeza en el momento de fundirla y manipularla. Esto no reduce la calidad y originalidad del material. Por todo eso, cuando usted llega a Santa Cruz de Mompox y pregunta por las actividades que se ofertan al turista, lo primero que le recomienda el nativo es visitar el taller de un artesano. La mayoría de ellos no cobran la entrada ni la explicación del riguroso tratamiento de las joyas, porque prefieren dejar a consideración del turista la compra de alguno de sus productos en contraprestación de su conocimiento y del tiempo empleado. Además de ser un plan emblemático para quien visita este lugar, es la oportunidad ideal para conversar con los momposinos sobre su cotidianidad y conocer sus puntos de vista respecto a temas de mutuo interés, y de paso, despejar algunas dudas sobre lo reseñado durante el recorrido. Cada artesano ha hecho de su taller un hábitat personalizado.


En sus últimos años de vida, don Simón trabajó en la puerta de su casa para sentir la brisa y la luz natural, eso sí, resguardándose de los inclementes rayos del sol gracias a la sombra de los frondosos árboles que están en ese andén. Allí, se sentaba en una butaca desde las 6:00 am hasta que caía el sol. En cambio, Luis, su nieto, optó por llevar su jornada laboral dentro de la habitación que era de su abuelo, aislado de cualquier distractor. Su escritorio está puesto a un costado de la cama, al frente de la ventana para recibir aire. Su trabajo se enfoca en los pedidos que le hacen algunos comerciantes del lugar, por lo que dedica más de 8 horas diarias a esta tarea, manteniendo un ritmo de producción estándar que le permite cumplir a cabalidad todas sus responsabilidades.


Por otro lado, Javier, dentro de la casa en la que ha vivido con su familia durante más de 15 años, edificó una habitación en cemento y ladrillo, con bastante ventilación para minimizar las altas temperaturas que se alcanzan a ciertas horas del día, con el fin de convertirla en su oficina. También optó por construir un cuarto pequeño para guardar los materiales que ocupan suficiente espacio y no lo dejaban transitar con tranquilidad. Como su empresa depende únicamente de él, se ha esforzado por brindarse un entorno de trabajo ameno y hacer sentir cómodos a los que lo visitan. Por esta razón, dice que prefiere trabajar a su ritmo y permanecer allí hasta altas horas de la noche que salir con sus amigos a tomar unas cervezas.


Al entrar a su taller, lo que se puede apreciar a primera vista, es una mesa en madera, repleta de diminutos objetos. Encima de ella, una lámpara con lupa que le permite al artesano observar con detalle cada pieza. A su alrededor, varios muebles, algunos improvisados, con muchos cajones para guardar las artesanías acabadas o en proceso. Entre tanto, al igual que en el taller de Luis, hay una concha grande con un poco de agua en la que se retiran las impurezas de lo que se está puliendo, motivo por el cual quedan en ella, casi incrustados, vestigios de plata que se asemejan a la escarcha. De manera inseparable, a un costado de la mesa, está el soplete que funciona con gasolina, para fundir los gramos del metal. También se asoman unas pocas máquinas de tamaño no industrial, que por su apariencia han sido restauradas infinitas veces para convertir la plata en hilos de todos los calibres. En las paredes, colgados en puntillas, se encuentran los moldes que sirven como guía para sacar algún modelo que gusta con frecuencia. Debajo de estos, se ven fotos de sus seres queridos, calcomanías y una que otra hoja con el diseño y las medidas de las joyas. El suelo del taller nunca está totalmente despejado, mientras usted va caminando por ahí, observa tornillos, limas, ganchos, alicates, pinzas, e incluso, cuadernos en los que no cabe un dibujo más, siendo estos algunos de los objetos más relevantes para el quehacer de estos artesanos.

Javier Salas, artesano de Mompox (Fotografía: Laura Cubides)

Ante este escenario, lo primero que hace Javier, cuando se dispone a elaborar una joya, es colocar los gramos de plata que se requieren en un cucharon de metal que se enciende por el fuego que arroja la boquilla del soplete. A medida que la llama se va acrecentando, él va observando el estado de la plata. Pese a que no existe un tiempo determinado para esta fase (porque varía según la temperatura y la composición del metal), esto puede tardar entre 3 y 5 minutos. Una vez se hace líquido, se lleva a un molde en forma de cilindro delgado para que se solidifique y quede una barra compacta de plata, la cual se arroja al suelo o a una tabla y se deja enfriar. Tan pronto se puede manipular, se dirige a una de las máquinas que la transforman en hilo. Esta tiene una plaqueta con orificios de todos los tamaños por los que pasa el hilo para definir su grosor. Según la cantidad de gramos con los que se esté trabajando, así es el largo de la hebra que sale de ella. Su calibre depende de lo que se quiera hacer con ella ya que es un material muy maleable. Normalmente, las tiras gruesas o más rígidas se usan para los bordes que estructuran la figura y las más delgadas para enrollarlas y rellenar los vacíos.


En seguida, se procede a cortarlas para hacer fragmentos de medidas específicas y comenzar a proporcionarles forma. Ya puestas sobre una tabla, se liman para darles brillo, con el fin de que vayan adquiriendo el color casi blanco de la plata. Luego, se aplanan con un cincel y se ensamblan para hacer un solo esqueleto. Con una pinza manual, se le dan vueltas al hilo más delgado haciendo un espiral apretado y así, complementar la figura en su interior. Si no se quiere trabajar el hilo plano, el joyero puede entorchar dos o más tiras para hacer un solo hilo de otro estilo que le permita trabajar ciertos diseños. Los broches o ganchos para cerrar las pulseras, los collares y los aretes se hacen por cantidad porque provienen de un mismo molde. Por eso, es común que ya estén listos con anterioridad y solo haya que colocarlos cuando la pieza esté terminada. Con este detalle, el artesano se asegura de que la joya no tenga ningún imperfecto y haya quedado con las proporciones exactas a lo que había pronosticado en la hoja de papel.


Dentro de su inventario, lo que más se ve son aretes con forma de mariposas, libélulas, tréboles, flores y sombreros, que simbolizan la riqueza biológica y cultural de esta isla. Tener la oportunidad de observar este proceso es una experiencia que enriquece la perspectiva sobre la vida porque permite encontrar lo positivo de la tradición colonial que aún pervive en nuestras sociedades, valorar la capacidad innata de crear con la mente y el cuerpo y entender que la disciplina y la pasión son la clave para sacar adelante un proyecto que lleva consigo, no solo los anhelos y propósitos del artesano, sino de todas las generaciones que lo anteceden.


En este sentido, más que un plan turístico en Mompox, conocer un taller de filigrana es involucrarse con el contexto que la posibilita y que la ha llevado a instaurarse como una de las manifestaciones artesanales más valiosas de la humanidad. Cada una de las variables que se presentan en este recorrido, sin duda alguna, inciden en el valor monetario de la artesanía. El turista piensa que, por ser un fuerte económico de esta población, las joyas en esta técnica tienen un costo alto. Sin embargo, al caminar por las calles del pueblo, usted puede encontrar productos asequibles, dependiendo de su presupuesto, y darse un gusto o sorprender a alguien de regreso a casa con un maravilloso detalle dotado de historia, dedicación y amor por el arte manual.



Pieza elaborada en filigrana (Fotografía: Laura Cubides)


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