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Brujas guardianas de caminos

Durante mi infancia y adolescencia escuché muchas veces acerca de las brujas. Las brujas, estos seres de la noche que llegaban a las casas a robarse los niños, que distraían a los hombres borrachos y los castigaban llevándolos fuera de los caminos, estos personajes tan terroríficos que las personas rezaban para nunca encontrarse con alguna. Las brujas, seres horripilantes con ojos y bocas gigantes, que anuncian su llegada con espeluznantes gritos.


Me gustaría que el lector se imagine el siguiente escenario: está usted en el campo, caminando tarde en la noche por senderos en donde, mire hacia donde mire, no ve a ninguna persona. Los sonidos del campo, de la selva, del bosque ponen su imaginación a correr. Usted, a quien todavía le falta recorrer un gran trecho para llegar a casa, desea estar en su destino lo más pronto posible pues ha sentido que alguien (o algo) lo mira desde los árboles. De repente usted escucha un sonido.


Mientras escucha ese sonido, inquieto usted intenta alumbrar los bordes del camino para encontrar al ser que lo emite. En un inicio no ve nada, pero de repente se encuentra con que unos gigantescos y desorbitados ojos amarillos lo están observando desde la orilla del camino. Este individuo a quién usted ha alumbrado con su linterna abre la boca, una boca con la pareciera ser capaz de comérselo a usted, mientras en un solo movimiento sale despedido hacia la linterna que lo alumbra. Me imagino que si usted, como yo, se imagina un escenario así y siente incomodidad, el vivirlo en carne propia debe ser todo un acontecimiento y posiblemente no olvidaría un encuentro así.



Fotografía: Luiz Carlos Ramassotti

Las historias sobre las brujas siempre me causaron mucho terror de niña, y aún hoy la

forma en la que son relatados algunos acontecimientos hace que se me erice la piel de

formas indescriptibles. Sin embargo, al pasar por diferentes lugares me he percatado de

similitudes entre los relatos y algunas características de la biodiversidad local. En este caso en particular, tanto la descripción física como el sonido pertenecen a una especie de ave a la que llaman bujio, guardacaminos, chotacabras o bien parado, dependiendo de la región (Nyctibius griseus). Sin duda, estas aves de hábito nocturno, particular canto y apariencia poco agraciada pueden poner a trabajar la mente y esta nos puede jugar una mala pasada.

Ahora bien, estas no son las únicas aves, y definitivamente no son los únicos animales, que pueden llegar a influir en los relatos de las leyendas de las regiones. Muchos elementos naturales influyen tanto en las prácticas como en las cosmovisiones de diferentes comunidades, pero este es un tema que no voy a tocar aquí. Si mucho, este texto es un escrito en el que he encontrado una forma de racionalizar solo algunas historias que me han causado terror y que solo se viven en los campos, más no un intento por explicar ninguna creencia local ni popular.

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